domingo, 8 de mayo de 2011

Alonso Quijada, el simpático hidalgo que de pura inocencia se ha ganado los corazones de todos.

¿Qué frase más evocativa que aquella que reza "En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme..."? Es imposible no remitirnos a esos amplios espacios abiertos de la campiña española, de hace varios siglos, e incluso nuestra imaginación nos puede llevar más allá, a un caballo flaco cargando a un hombre viejo y de armadura deslucida y desarmada, acompañado de un hombre bajito y gordo montado en un burro. Y el telón de fondo, fácil: molinos de viento agitando sus brazos enormes.

Estamos hablando, claro, del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, cuyas aventuras son narradas por cierto árabe erudito en un libro comprado en un oculto bazar. Escrita por Cervantes Saavedra, esta obra contradice a grandes paradigmas de la escritura de aquel tiempo.

En primer lugar, El personaje principal es francamente ridículo. No es joven ni apuesto como los caballeros nobles, no es un Cid campeador ni un rey Arturo. Es un anciano algo trastornado, en busca de un sueño ingenuo, y cuyo escudero es un campesino montado en un burro. Y sin embargo, su figura es de las más importantes en la historia de la literatura, sentando las bases de la novela moderna.

¿Por qué un personaje patético y risible es tan importante? Por el sencillo hecho de su mensaje implícito: El sueño imposible.



Luchar en contra de la adversidad, no dejar que las corrientes del mundo te dobleguen. Algo de tener en cuenta, sobre todo en un mundo como el de nuestro amigo Cervantes, en el que la incipiente burguesía y la obsesión con el posicionamiento social ocupaban las mentes de la multitud. Una crítica a una sociedad corrupta por vicios.

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